Arrayanes: Un paseo por el río turquesa

Arrayanes: Un paseo por el río turquesa

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En medio de un paisaje de cuento, el río Arrayanes, en Chubut, es el más lindo pretexto para hacer desde senderismo hasta kajak. Eso sí: con protocolos y distancia social. ¿Vamos?

Cuando el Covid-19 llegó para cambiarlo todo, hasta los parques nacionales cerraron sus puertas. Pero luego, de a poco –“de modo escalonado”, según las autoridades-la reapertura comenzó a suceder en función de la situación epidemiológica de cada zona y provincia. En el caso de muchas localidades de la Patagonia, la situación no llegó a descontrolarse por una combinación de factores: control de casos, aislamiento preventivo de los visitantes y las rutinas de cuidado que ya conocemos. Entre ellas, barbijo, alcohol por todos lados y distanciamiento social.

Asi las cosas, llegamos a noviembre  y lo cierto es que parques nacionales tan hermosos como Los Alerces, en Chubut, aparecen como un oasis de naturaleza y actividades al aire libre perfectamente compatibles con esas mismas rutinas de cuidado. En el bosque, lejos de los espacios encerrados, con oxígeno a pleno y pocas posibilidades de amontonamiento,  ya se puede disfrutar de paseos en solitario, con familia y amigos, aun cuando haya que observar algunas rutinas especiales. Por ejemplo: los dos metros convencionales  de distancia entre personas se extienden a diez cuando lo que se hace es ciclismo, debido a que de ese modo nos mantenemos a salvo de los aerosoles que exhale cualquier otro turista.

El barbijo también es de rigor, pero esas exigencias de cuidado son mínimas cuando pensamos que-a cambio- podremos disfrutar de un parque increíble repleto de perfumes, platas y animales tan encantadores como este pajarito llamado chucao, que se escucha más de lo que se deja ver. Quienes practiquen observación de aves tendrán una verdadera fiesta recorriendo los senderos de  este lugar. En parte, porque la riqueza del rio (repleto de truchas) atrae a toda clase de pájaros que se alimentan de ellas. Pero, además, como las aguas del Arrayanes son de un azul que vira por momentos al verde y nunca pierde su transparencia, en todo momento podemos ver qué es lo que pasa por debajo del nivel del agua. Piedras, peces, plantas costeras, todo está ahí. Y más vale tener la cámara a mano para no perderse nada.

¿Por qué el Arrayanes se llama asi? Porque cuando llegaron a América, los españoles encontraron un árbol de madera rojiza muy parecido al arrayán europeo y así lo bautizaron. Las costas de este río turquesa que corre por 5 kilómetros entre el Lago verde y el río Futalaufquen, adonde desemboca,  están llenas de ejemplares de este árbol tan particular que- en el colmo de la hermosura- cuando llueve es como si se encendiera porque su tronco y sus ramas se ponen aún más colorados.

Pero ahora, que estamos en verano, un paseo con el Arrayanes como centro también es una invitación a contactar con los animales silvestres. Esta es zona de huemules, nuestro cérvido nativo, pero la verdad es que se caracterizan por su timidez. Cada tanto algún guardaparques detecta sus huellas en algún sendero, pero es realmente rarísimo que puedas ver uno. Lo que seguramente vas a ver es este pajarito, el chucao, cuyo trino es casi la banda de sonido de cualquier visita al parque. Si andas con suerte puede que también veas a este gato llamado huiña, lindo como él solo. ¿O no?

A tener muy en cuanta: en el río Arrayanes y en temporada se pueden pescar truchas. Hay prestadores que organizan salidas de pesca deportiva en donde el código es claro: silencio absoluto para no espantar a los peces. Pero si la idea de ir a pescar no te va o simplemente te aburre, podés usar el mismo gomón para salir a navegar. Del mismo modo vas a poder andar en kajak, una experiencia absolutamente recomendable porque el rio se disfruta como nunca mientras paleás lentamente y los colores del alrededor (cielo celestísimo, alguna nube blanca, muchos matices de verde y el turquesa del agua) te envuelven como en un cuadro vivo. ¿Escuchás? Eso es el silencio.

Otra cosa: ni se te ocurra dejar de recorrer la denominada pasarela, que no es otra cosa que un puente colgante suspendido sobre el Arrayanes. Es verdad: a primera impresión da un poco de miedo largarse a caminar sobre esas tablas que cuelgan sobre el agua, pero no te vas a arrepentir de recorrerla porque la perspectiva es inolvidable. Al mismo tiempo, en el extremo de la pasarela vas a poder admirar una serie de pinturas rupestres muy antiguas y muy bien conservadas que los habitantes originales de este lugar hicieron para convocar a los espiritus de los animales que planeaban cazar. En verano, los alrededores de esos aleros pintados estallan en miles de flores amarillas. El paraíso, sí. Pero acá, en el planeta Tierra, a pocos kilómetros de Esquel y en el medio de un parque que (no por casualidad) en 2017 se convirtió en Patrimonio de la Humanidad. Si todavía no lo conocés, andá a visitarlo. Y si ya fuiste, te dejamos todas estas razones para que no dejes de regresar.

 

 

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