Ruta 40: Al sur del sur del sur

Ruta 40: Al sur del sur del sur

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Foto: Javier González / Flickr, en creative commons (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0/)

Es la espina dorsal de la Patagonia, sí. Pero también el acceso a un paisaje desolado y, al mismo tiempo, alucinante: el del sur estepario, ahí donde sólo parece haber viento, polvo y más viento, contra un horizonte de cigüeñas petroleras. Puro espejismo: ahí allí paradas para no perderse. Estas son, apenas, algunas de ellas.

La ruta 40 (casi  5. 200 kilómetros de asfalto que unen Jujuy con Santa Cruz) está considerada una de las grandes carreteras del mundo. Como la 66 en los Estados Unidos o la Transiberiana,  también nuestra ruta 40 atraviesa inmensidades, territorios y climas a lo largo de once provincias. Pero tiene una particularidad: al adentrarse en la Patagonia, se vuelve una maravilla inesperada, porque por momentos (especialmente al sur de Santa Cruz, ahí donde el Cabo Vírgenes marca límite continental americano) parecería ser la única huella humana en kilómetros y kilómetros de viento y nada.

De Oscar871217 – Trabajo propio, CC BY 3.0, http://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5267485

 

“Este es un lugar maldito por Dios”, dijo alguna vez Charles Darwin durante su recorrida en barco alrededor del globo y no bien pisó la estepa patagónica. Allí quedó expuesto a su frío y a esas ráfagas de desolación. Porque, al revés de lo que sucede en la zona andina, aquí lo que domina son las distintas postales del vacío. Y esa ruta desaforada uniendo kilómetros en medio del desierto, al sur del mundo.  Pero, ¿es realmente así? ¿Está tan “vacío” este sitio, como insisten en recordarlo tantos?

Definitivamente no. La estepa patagónica está en realidad llena de otra clase de presencias, a veces geográficas, otras naturales, otras, históricas. En cualquier caso, es avanzando por la ruta 40 que se van descubriendo esas maravillas entre las que se pueden nombrar éstas:

Donde todo se termina

Foto: Christ – ophile / Flickr, en creative commons (http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0)

 

Al sur de Santa Cruz (ahí donde la ruta 40 es reina y señora) las estancias ovejeras son la marca de identidad y la más remota de todas se llama Monte Dinero. Es una estancia de 24.000 hectáreas llamada así porque en esta zona, a principios del siglo XX se dio una verdadera “fiebre del oro” y muchos pensaron venir a hacerse ricos a este lugar. La familia Fenton, creadora de esta estancia, llegó cerca de 1840 desde Inglaterra y aquí se quedó desde entonces. El lugar puede visitarse y se puede incluso tomar en el casco un auténtico “five o´clock tea”, con delicias tales como budines caseros, dulce de ruibarbo y otros toques de lo más británicos.

La cueva de las manos

Foto: CarlosA.Barrio / wikimedia commons

Subiendo hacia el norte por la Ruta 40 y cerca del río Pinturas, que por momentos corre encajonado entre paredes de casi 250 metros de altura, se encuentra un verdadero tesoro de clase mundial: la Cueva de las manos, un yacimiento arqueológico que debe su nombre las pinturas rupestres de casi 9.000 años de antigüedad, hechas en base a negativos de manos. En el lugar pueden verse también aleros y paredes pintados con imágenes de animales y cazadores al acecho.  Saber que son tan antiguas y que han llegado hasta nosotros intactas resulta conmovedor. Desde 1999, la UNESCO declaró al sitio es Patrimonio Cultural de la Humanidad por ser un “conjunto pictórico único en el mundo”. ¿Te lo vas a perder?

Los animales únicos

Foto: Julio Ricardo Buratti / Wikimedia commons

Desde cisnes hasta flamencos, desde maras (o liebres patagónicas) hasta zorros, reptiles que se asolean sobre las rocas y guanacos, choikes y cauquenes, todo parece estar ahí si sabemos ir al lugar correcto y armarnos de paciencia. ¿Qué no hay, entonces, en las lagunas y mesetas de Santa Cruz? Esta zona es, por la originalidad de su biodiversidad, un verdadero imán para los biólogos, que en la década del setenta tuvieron su premio con el descubrimiento de una nueva especie de pájaros zambullidores: el macá tobiano. Este es un pajarito simpatiquísimo que vive en las lagunas más alejadas y hoy está en grave riesgo de extinción por la destrucción de su hábitat. Tiene una especie de casco de plumas blancas sobre la cabeza y unos extraños ojos rojos que lo han convertido en el favorito de científicos y fotógrafos de todo el mundo. Imperdible.

La parada mágica

Foto: Wikimedia commons / Creative Commons Atribución 2.0 Genérica.

 

Ahí donde parece no haber nada a la vista, hay en realidad de todo y sólo es cuestión de prestar atención. ¿Ven ese remolino de tierra, si van en verano? ¿Notan esa columna como de tules que se levanta hacia el cielo en medio de la nada? Los lugareños las llaman lagunas secas y ya no los asombran pero a nosotros los viajeros sí, y cómo. Lo mismo pasa con esas lagunas inesperadas que, cada tanto, aparecen como un oasis: está cargadas de flamencos de un rojo intensísimo, como de fuego. Y, para seguir con los asombros, en el kilómetro 1020 de la Ruta 40 existe un sitio llamado Barrancas del Belgrano adonde se puede comer delicioso y local: escabeche de choike y las increíbles empanadas de la anfitriona, que fue discípula nada menos que de la célebre Petrona C. de Gandulfo. ¿Qué tal?

 

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