
¿Cómo es el Museo Evita, uno de los más visitados de la ciudad y uno de los más concurridos durante La Noche de los Museos? Veni que te lo mostramos y te contamos la clase de maravillas que atesora.
Está muy cerca de La Rural y más cerca aún de donde vivían y aún viven muchos de los que en sus días la despreciaron. Tal vez por eso el Museo Evita, en la calle Lafinur 2988, bien mirado se ve como una especie de barco encallado, de cosa fuera de lugar. Algo hay en él que –bello y todo como es- parece desentonar. Tal vez porque la vida de Eva Duarte de Perón, Evita para quienes aun la adoran, también fue eso: la lucha por ingresar a los espacios y a los poderes adonde (antes de ella) ninguna chica de su origen soñaba siquiera con poder entrar. Hasta que llegó ella. Y lo dio vuelta todo, y para siempre.
Lo que hoy es el Museo Evita fue antes el Hogar de Tránsito N 2, uno de los sitios en los que –por deseo expreso de la primera dama, Eva Perón- las chicas recién llegadas desde el interior del país a trabajar en la capital podían refugiarse mientras conseguían un empleo y lograban sobrevivir. También las madres solas con chicos a cargo (viudas, separadas) eran recibidas en el lugar, que tenía (según muestran las fotos en una de las salas del museo) una cocina enorme, con capacidad para albergar y dar de comer diariamente a decenas de mujeres y chicos. Varias de las gigantescas ollas que se usaban en ese momento todavía se lucen sobre la cocina.
Lo interesante es que, antes de eso, esta casa de tres niveles y dos plantas a metros del Jardin Botánico había sido la residencia de una familia muy tradicional, los Carabassa. A principios del siglo XX, el arquitecto Pirovano recicló la propiedad dándole el aspecto español que tiene hasta hoy. En 1948, apenas cuatro años antes de la muerte de Evita, la fundación que llevaba su nombre compró la casa para destinar el edificio al refugio de mujeres y chicos. Por eso, tal vez ningún edificio mejor que ése para contar en pocos minutos la historia de una de las mujeres más importantes de la historia argentina.
El circuito museístico –algo así como el guión que orienta a los y las visitantes en su recorrida- inicia con el impactante velorio de Evita, que llenó las calles de Buenos Aires con una multitud de gente que fue a presentar su pésame bajo la lluvia. “Y el amor y el dolor eran de veras, gimiendo en el cordón de la vereda”, anotaría muchos años después Maria Elena Walsh sobre esa noche larga, en un poema llamado, cómo no, “Eva”.
Después, el paseo por el museo recorre la infancia de Evita en Los Toldos (ya en las fotos de Eva chiquita se reconoce su mirada densa), el viaje en tren hacia Buenos Aires y sus primeros pasos como actriz de radioteatro, primero, y de cine, después. Antiguos ejemplares de Radiolandia y de Sintonía (las revistas de espectáculos de la época) la muestran sonriente, todavía muy lejos de la política y del que luego sería el amor de su vida, el general Juan Domingo Perón.
En otra de las salas (no podemos armar un único recorrido porque de hecho todo es tan interesante que lo mejor que se puede hacer es dejarse llevar por el instinto) varios vestidos que pertenecieron a Evita refulgen detrás de las vitrinas. Y, viéndolos, dos cosas quedan bien en claro. La primera es lo delgada que era y lo fácil que debe haber sido para un diseñador como Paco Jammandreu (el favorito de la Evita de los primeros días en el candelero) vestir a una mujer joven, hermosa y con una silueta privilegiada. La segunda es por qué un pope de la moda de todos los tiempos como Christian Dior alguna vez dijo “Sólo he vestido a una reina: Eva Perón”.
De los días en que Eva Perón ya estaba al frente de su propia fundación de ayuda social son los juguetes que pueblan otra de las salas. Y, si prestamos atención, muchas historias conmovedoras están encerradas junto a esas muñecas que fueron las primeras para miles de nenas, junto a esos autitos hoy oxidados pero antes disfrutados a fondo. En una de las esquinas, descansa un tren eléctrico. Su dueño, el señor Saúl Maszycyn, sufrió siendo nene un accidente terrible. Tan terrible que tuvo que quedarse en cama por meses. Evita supo del caso y le mandó traer de Europa un trencito carísmo.
¿Para qué? Astuta, Eva sabía que estando en cama Saúl –si lograba sobrevivir- no iba a tener muchas chances de jugar ni de hacer amigos. Pero con ese tren rutilante se convirtió en la estrella de conventillo y tuvo muchos chicos a su alrededor para conversar mientras sus fracturas se sanaban. Eva además escribió, de puño y letra, una carta para su médico personal, el doctor Finocchietto, encargándole la salud de aquel nenito. Con los años, aquel nene al que Evita ayudó terminaría fundando La Solidaria Panchería Discapanch, una panchería que sólo empleaba personas con discapacidad y que funcionó en el hall de Retiro hasta 2017.
Pero, volviendo al museo, lo más lindo sea quizá que-además de conocer a través de documentos, fotografías, grabaciones, películas y objetos personales un poco más de la vida de Eva Perón- también podemos acceder a cómo los opositores al peronismo comenzaron a tejer la denominada “leyenda negra” sobre Evita. El museo, además de informar y conmover, también explica mucho de lo que pasaría luego del derrocamiento del general Perón en 1955.
¿El final del recorrido? Casi ninguno de los visitantes se resiste a pasar por el restaurant que funciona en el mismo museo, no sólo porque el entorno es lindísimo –mesas y sillas al aire libre, y bajo la ramada- sino también porque la comida del lugar es deliciosa. Definitivamente, el Museo Evita tiene bien ganado su lugar de privilegio entre locales y extranjeros. Será por eso que después de visitarlo por primera vez dan tantas ganas de volver, y ser millones.
¿Sabías que…
entre las autoridades del Museo Evita se encuentra una sobrina nieta de Eva Perón? Y que en el museo, además de la muestra permanente, siempre hay muestras temporarias? La que está ahora se llama Amada inmortal y es…¡un flash! No te la pierdas!
Hay que hacer reservas? Abre los domingos?