
Junto con la inmigración llegaron alguna vez a Mendoza las primeras cepas y las ganas de hacer el mejor vino del mundo. ¿Y qué mejor que celebrar esa tradición con un paseo por las bodegas de Maipú, y a todo brindis?
Alto, bien alto sobre el mar y cerca del sol. Ahí en donde las muchas horas de luz , un riego esmerado y un suelo sorprendente puede terminar de obrar la maravilla: uvas de excepción que dan origen a vinos inolvidables y hoy reconocidos en todo el mundo. Hasta Mendoza, en Cuyo, llegaron hace más de cien años las primeras familias de inmigrantes que pusieron todo el esfuerzo no sólo en progresar sino en hacer de esa región la cuna de grandes vinos. Y lo lograron, claro. Tanto que hoy ésa frase (“cuna de grandes vinos”) es hasta hoy el eslogan con el que se promueve el turismo, la gastronomía y las degustaciones de vinos y demás delicias en el departamento de Maipú, donde se concentran nada menos que 167 bodegas y en donde se produce casi 50% del total de uvas Malbec del país. A continuación, te contamos todo eso que no te podés perder de un recorrido que huele a cubas de roble y racimos al sol, y que esconde en cada vuelta del camino una leyenda, una sorpresa, una maravilla. ¿Vamos?
Donde empezó todo

Maipú es una zona saturada de bodegas. Pero, de todas, hay una que por antigüedad e historia resulta francamente imperdible. Hablamos de la bodega Giol, que alguna vez fue no sólo la bodega más grande de Argentina sino también la más grande del mundo, y alojó en sus entrañas (¿cómo no?) también al que reclama para sí el título de mayor tonel de vino del mundo. En el origen, valga la aclaración, la bodega no se llamó Giol sino La colina de oro, y fue el resultado de una aventura vitivinícola iniciada en 1893 por un italiano llamado Juan Giol y un suizo llamado Bautista Gargantini. Su historia es la de tantos otros en aquellos días: llegada, trabajo, compra de tierras y enorme fortuna coronando el esfuerzo. Así fue: los dos se hicieron ricos y de hecho (además de la bodega, que además de recorrerse puede “despedirse” con un brindis) hoy también podemos visitar la llamada Casa Giol, antigua vivienda de uno de los dueños y declarada Museo Nacional del Vino y de la Vendimia. Se trata de una villa italiana (ubicada en Ozamis 914, a metros de la bodega familiar) todavía imponente y rodeada de jardines y árboles, con escaleras de mármol de Carrara y un salón principal cuyo techo es en realidad un enorme vitraux decorado con flores, a pedido de la dueña de casa. Esta propiedad fue la primera en contar con luz eléctrica y agua corriente en todo el departamento de Maipú, y el sistema de calefacción original sigue usándose hasta la actualidad.
Bodega La Rural: Sabores, historia y leyenda

Felipe Rutini también llegó a nuestro país a fines del siglo XIX (en 1885, para ser más exactos) y decidió continuar aquí con la tradición familiar de hacer buenos vinos. Hoy, su apellido es sinónimo de vinos de excelencia (muchos fueron premiados a nivel local e internacional) y la bodega a la que dio origen (en Montecaseros 2625) es una parada obligada para todo aquel que se acerque a Maipú. Su encanto es doble y consiste en abrir las puertas a lo que se conoce como Museo del Vino (un recorrido por las antiguas técnicas de cultivo, cosecha y producción y con más de 4500 objetos alguna vez empleados en la elaboración de la bebida) pero también en ofrecer a los visitantes sus mejores productos, que se exportan a mas de 30 países. Salvo los domingos, el lugar puede visitarse todos los días desde las 9 de la mañana, hay visitas guiadas y también picadas y catas durante el recorrido. Un solo dato a tener en cuenta: si se va en bicicleta, cuidado con excederse con los alcoholes porque a menudo los viajeros, entusiasmados, terminan perdiendo el equilibrio en plena pedaleada.
Vinos con presente y futuro

Producir vinos, sí, pero sin ninguno de los muchos químicos (insecticidas y fungicidas, sobre todo) que tradicionalmente se aplican sobre el suelo y sobre las uvas para así preservar la cosecha de los ataques de las plagas. Desarrollar viñedos, sí, pero sin necesidad de envenenar el medio ambiente mientras se los cuida, y recuperando para eso viejos saberes que hablan de ciclos de la luna, de momentos propicios para podar y cosechar, y hasta de plantas aliadas de los viñedos. De todo eso y mucho más se habla en la próxima parada en este recorrido imaginario: los viñedos y bodega de la familia Cecchin, en Manuel A. Sáenz 629. Allí, para evitar que los insectos ataquen las vides se colocan rosales en los extremos de cada plantación (cosa de que los insectos vayan ahí y no sobre las vides) y se aprovechan las enseñanzas de una práctica agronómica conocida como “biodinámica”. Resultado: uvas más sanas y deliciosas, precursoras de grandes vinos y sin una pizca de pesticidas encima. En este sitio, además de poder visitar los parrales y conversar con los dueños de casa, se puede también tomar una copa de Malbec a la sombra de un árbol enorme alrededor del cual se ha colocado una mesa circular y bancos. Los vinos Cecchin se exportan a Estados Unidos, Brasil y Francia, en donde también han sido premiados así que, ¿qué mejor oportunidad que ésta para disfrutarlos en su lugar de origen?
¿Sabías que….
La viña Adrianna, a 1500 metros sobre el nivel del mar y parte de las viñas de la familia Catena Zapata (otro apellido célebre dentro del mundo del vino internacional) es una verdadera proeza? Pocos pensaron que las vides sobrevivirían a esa altura, pero lo hicieron. Y generaron vinos maravillosos en un terruño totalmente nuevo. Es por eso que hasta hoy Adrianna es una de las viñas más estudiadas del mundo.