Cuando armamos el viaje a Jujuy, tuvimos que elegir cada parada y acomodarla en el itinerario como una pieza de Tetris . Eran pocos días para ver tanto. Pese a ello, con el correr del tiempo y llegando a la fecha de partida, habíamos armado un recorrido que iba a contemplar todos los paisajes hasta llegar a La Quiaca pero, como esas veces que desarmás y volvés a armar un electrodoméstico y te queda un tornillo afuera, al completar el trayecto quedaban tres días libres que podían ser ocupados por un paisaje más. Iban a ocupar esos días las Salinas Grandes pero una amiga dijo: – Vayan a la yunga. Pocos van a la yunga. No se la pierdan-. Por suerte, le hicimos caso.
Allá fuimos, a la punta de esa bota que forma la provincia jujeña, a una selva altiva y fascinante que nos mostró, en sus primeros metros, tarántulas que se veían desde el remís que nos llevaba desde Libertador San Martín, donde habíamos llegado desde San Sanvador y donde habíamos comprado, en una feria, frutas ricas, baratas y relucientes. La yunga jujeña es una selva que regala noches inolvidables en el Parque Nacional Calilegua. Ahí, a una tela de distancia, dormís en una carpa que tiene, a su alrededor, animales, pájaros y árboles altísimos que toman otra vida a la luz de la luna.
Tuvimos suerte: no llovió. Lo ideal es ir de abril a noviembre. Nosotros fuimos en marzo. En la entrada, el guardaparques nos señaló el camino al área para acampar. Armamos las carpas y luego salimos a recorrer. Ojo: el camping es agreste. Esto es: sin luz, sin agua potable, sin duchas; un claro en la selva, en síntesis, acompañado de unos baños y unas piletas ¿A qué voy con esto? a que si venís a pasar la noche acá,lo hagas equipado, y con repelente y linterna.
El parque tiene muchos senderos, unos nueve, y algunas indicaciones para poder entender la cortina verde que todo lo rodea. Te aconsejan que camines con un palo en la mano, haciendo ruido para espantar cualquier serpiente que ande por ahí. También hay una cascada, un arroyo, quizá es difícil enumerar todo lo que se ve ¿Cómo no quedarse corto para describir la selva? Lo que impacta es el todo en su conjunto: no por nada es el segundo ambiente de mayor biodiversidad de la Argentina, es casa del yaguareté, caminar por los senderos -nunca te apartes de ellos- es dar pasos con una respiración invisible a tus espaldas, la respiración de la selva, de lo natural, un colchón sonoro que lleva la huella de los animales, los que ves, y los que no ves.
Andar por acá es como meterte en uno de esos documentales de la BBC, en HD y con todo el impacto; pero aquí sentís olores, el viento en la cara, podés acariciar el piso rojo en el que quedó una huella de algún animal, acariciar hojas de plantas que nunca antes en tu vida cruzaste.
Ahí, hay un link a un video de un avistamiento de yaguareté en el Parque; algo que es poco frecuente porque le esquivan a la gente.
https://www.facebook.com/PNCALILEGUA/videos/860210857508275/
Es para aventureros, claro. No vengas a pasar la noche si te es imprescindible el olor de sábanas limpias a la noche, pero si querés, en cambio, ver el latido de la selva jujeña, no lo dudes.
Después, podés tomar el colectivo y pasar unos días en San Francisco, un pueblo de montaña pequeño, de unas 460 personas, que tiene casas bajas, de adobe, que se levantan en medio de la vegetación.
Ya el camino en el pequeño micro desde la base, en San Martín hasta San Francisco, vale el viaje. Subir por la montaña, ver la selva desde la altura, viajar con gente del lugar que toma a diario ese trayecto para hacer sus cosas en la ciudad y vuelve a su pueblo, al silencio, al ritmo pausado.