Animador, periodista (licenciado en Letras, en realidad), creador de mundos y de climas únicos tanto en radio como en televisión, Franco Torchia es -además- un viajero exquisito.
¿Playa o montaña?
Playa
¿Qué viaje por Argentina recordas más y por qué?
Me falta conocer muchos puntos del país, pero recuerdo con encanto El Calafate. Tiene una geografía muy sofisticada y el glaciar Perito Moreno es, sin dudas, de otro mundo. Lo recuerdo porque me resultó bello en extremo. Por eso, que es mucho.
¿Qué fue lo peor que te pasó en un viaje?
No tuve episodios lamentables, ni trágicos. Ahora me doy cuenta de que soy un afortunado. Pero creo que lo peor fue el alquiler de un departamento en Milán (Italia) que no resultó ser como imaginamos, pero mucho menos como parecía ser en la publicación en la que lo descubrimos. Parecía un departamento abandonado y en semi ruinas de la costa atlántica. No soporté más de dos noches ahí. A la tercera, que era Nochebuena, nos mudamos a otro pese a haber pagado el primero. Tenía que ser una noche de paz.
¿Con quién o quiénes te gusta viajar?
Con Teresa, mi hija, y con Tomás, mi esposo
¿Cómo es, ahora, viajar con Teresa?
Es sobre todo reparador porque implica la posibilidad de emplear tiempo juntos, independientemente del entorno. También, implica poder descubrir sus puntos de vista: me interesan más sus miradas sobre los lugares que los lugares en sí. Es ese hallazgo, que se recorta y se diferencia de la cotidianeidad de nuestras vidas en Buenos Aires.
¿Cuál es el viaje que nadie puede dejar de hacer en Argentina?
Cualquiera, pero sobre todo, Mar del Plata. Pese los vaivenes históricos, Mar del Plata tiene un patrimonio arquitectónico que sintetiza buena parte de las búsquedas, contramarchas y períodos del último siglo. Es una radiografía (sigue siendo) casi inmejorable del país, como supo postular el sociólogo Juan José Sebreli en 1970 en su aún muy vigente trabajo «Mar del Plata, el ocio represivo».
Contame una buena anécdota de viaje. Puede ser local o del exterior
Viajé como mochilero en 1994 y 1995 con dos amigos, primero por Chile y después por Uruguay. Esos viajes están en mí: fueron iniciáticos y de (casi) nulo presupuesto. Pienso en ellos todos los días creo. Mis amigos eran Ricky y Emanuel. Cuando en el primero de ellos llegamos a Temuco (Chile), buscamos el hostel que nos habían recomendado y ahí tardaron demasiado en respondernos. Después de 15 minutos (por aquel entonces, todo tenía otros tiempos) apareció la encargada: una adolescente como nosotros, agitada, con una pupera a medio acomodar, un minishort, el pelo revuelto, la mirada extraviada, cansancio y desinterés.
Estaba teniendo sexo, o eso parecía. La anécdota me pinta demasiado bien: Emanuel comentó eso más tarde. Yo había imaginado que ella había estado trabajando, pero no. Yo no sabía nada y Emanuel sabía todo. Los viajes tienen eso: ponen a prueba la percepción.