No importa si vas a la costa bonaerense o si ni siquiera tenés pensado salir de la Capital. Vayas donde vayas, en Argentina siempre podés encontrar hoteles que te van a hacer viajar en el tiempo. A otro mundo. Estos son sólo algunos de ellos.
Algunos fueron creados para recibir con toda la pompa a los viajeros que se acercaban hasta Buenos Aires en tiempos de transatlánticos y viajes de meses. Otros fueron pensados para sorprender a sus visitantes con otra clase de asombros: la naturaleza, el acecho del mar, un aire puro como seguramente nunca antes habían respirado. Algunos (como el Tigre Hotel o el Hotel Las Delicias, en la sureña localidad de Adrogué, en la provincia de Buenos Aires) ya son bellos recuerdos: cerraron o fueron demolidos hace años. Otros, en cambio, están (como el Viejo Hotel Ostende, el Plaza o el Alvear) todavía en pie y esplendorosos, esperando a que unos ojos nuevos se acerquen a descubrirlos. Visitarlos es, por eso mismo, mucho más que conocer por dentro algunos de los lugares más emblemáticos de nuestro país. Es viajar al pasado y hasta, en algunos casos, poder disfrutar de los mismos espacios por los que se han paseado reyes y reinas, emperadores, escritores, princesas, cantantes de ópera tan célebres como Enrico Caruso y mucho más. ¿Preparados entonces para dar una breve y nostálgica vuelta por los hoteles más extraordinarios de Argentina? Aquí vamos.
De la París de Sudamérica
Nueve pisos, 160 cuartos y 16 suites ubicados frente a Plaza San Martín, en Florida 1005. Así contado, el Plaza Hotel de Buenos Aires sabe a nada, tal vez porque lo verdaderamente impactante de este verdadero decano de los hoteles patrios (se inauguró oficialmente en 1909, con miras al centenario de la Revolución de Mayo) no es la arquitectura sino su historia. Y, sobre todo, sus detalles (lámparas, muebles, alfombras, cortinados) traídos por ese entonces directamente de las mejores casas de Europa, y en barco. Los muebles, por caso, estuvieron a cargo de dos prestigiosas firmas inglesas, mientras que las lámparas y las estatuas cruzaron el Atlántico desde Francia, para llegar hasta el Río de la Plata e instalarse en lo que por años fue el edificio más alto de la ciudad y de Sudamérica.
Con semejante historia, desde luego que ha sufrido sucesivas remodelaciones y ampliaciones, pero de su belleza original no ha perdido nada. Y de su leyenda, tampoco. Aquí cantó Enrico Caruso tan alto y tan agudo que quebró el cristal de un espejo. Aquí pasaron tardes enteras Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y hasta Jorge Luis Borges, otro vecino. Aquí se alojó el Sha de Irán en 1965, con su esposa la emperatriz Farah Dibah y 147 valijas en las que no sólo traían ropa, coronas y joyas sino también caviar, ostras y hasta las perlas que obsequiaron a cada invitado la noche del banquete de despedida. Ofrecido en el Plaza Hotel, claro.
¿Qué podemos hacer allí los simples mortales que no estemos alojados en el lugar? Por lo pronto, disfrutar de su bar (considerado por años como uno de los mejores del mundo) y de su restaurant, que incluye un grill con las que dicen son las mejores carnes de la Argentina.
El hotel de los asombros
Es un hotel, sí, pero también un milagro porque está edificado justo ahí donde supuestamente nada podía instalarse: un médano en Ostende, una de las playas más agrestes de la costa de Buenos Aires. Sin embargo, en Viejo Hotel Ostende (bautizado así porque todo el proyecto fue imaginado y financiado por un grupo de belgas que soñaba “clonar” en la Argentina el encanto del Ostende original) sigue ahí hasta el día de hoy, en el cruce de Bairritz y El Cairo, y con su mismo aspecto misterioso y señorial. Esto tal vez se deba a que parte de la estructura (en madera, con amplias escaleras y pisos en damero) es realmente bastante antigua: data de 1913 y cuenta con 57 habitaciones, al margen de departamentos independientes y más modernos que se agregaron con el tiempo. Fueron pasajeros de este hotel Adolfo Bioy Casares y su esposa, Silvina Ocampo, y de hecho aquí ambientaron una de sus obras más conocidas, la novela policial Los que aman, odian. También se alojó en el lugar Antoine de Saint Exupery, el autor de El Principito, durante una de sus tantas estancias en el país.
Ahora bien, ¿cuál es el plan para quien viene aquí? Descansar, leer (hay una biblioteca hermosa y mucha actividad en torno a la literatura, como charlas y seminarios), disfrutar de una buena película en el microcine, comer rico (bajo techo o bien a orillas del mar, porque el hotel tiene balneario propio con bar y todo) visitar la habitación de Saint Exupery (que se conserva intacta) y mirar el mar. También hay un exterior verde precioso y salvajón, y anfitriones dispuestos a contar una y mil veces las historias de los tiempos antiguos, cuando era normal que una tormenta de arena tapara la salida principal y tuvieran que salir del hotel por las ventanas superiores.
Té de princesas
En la década del veinte del siglo pasado, un empresario llamado Rafael de Miero soñó con dotar a Buenos Aires de un hotel de ensueño que reforzara la idea de que uno estaba en París. En Versailles, más precisamente. Así, durante casi diez años y en un terreno justo en la intersección de Ayacucho y Alvear, con ayuda de dos arquitectos y dos ingenieros, se dedicó a construir un hotel de cuatro pisos, cinco subsuelos y todo el glamour del mundo. Lo inauguró en septiembre de 1932 y a la cita no faltó nadie. Hubo, cuentan, dos orquestas animando el baile y hasta el presidente de entonces, Agustín P. Justo, se hizo presente en el lugar.
Hoy, el Alvear sigue siendo un hotel de maravillas, sólo que con más pisos (ya tiene once) y más habitaciones que el día de su inauguración (cuenta con 191, y hay incluso algunos afortunados que se las han comprado para vivir en ellas).
¿Qué lo hace tan especial como para estar entre los Leading Hotels of The World, que es como decir el Olimpo de la hotelería internacional? Sin dudas la belleza de su arquitectura y su ambientación, su decoración exquisita, sus tres empleados por huésped (el resto de los hoteles tiene sólo dos por pasajero) y sus rincones de ensueño. Uno de ellos es el salón llamado L´Orangerie, en donde se puede disfrutar de un té inolvidable rodeado de espejos, ramos de rosas, vajilla de porcelana centenaria y ese chic que sólo el Alvear conserva hasta hoy.
¿Sabías que….
En el hotel Plaza la visita del héroe de guerra Charles De Gaulle generó un verdadero “lío de camas”? No, no sean malpensados: sucede que el hombre era tan pero tan alto que no cabía en una cama convencional y hubo que hacerle una a medida, y de urgencia. ¡Pardiez!