Devociones populares: Viaje al centro de la fe

Devociones populares: Viaje al centro de la fe

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Foto: Glenn Seplak / Flickr, creative commons

De San la Muerte a la Difunta, pasando por El Gauchito Gil y tantos más, Argentina es un gran territorio de devociones. A continuación, un breve recorrido por este extraño santoral.

Dicen que la fe mueve montañas, pero lo que nadie dice es que la fe mueve también miles. De personas, de pesos, de esperanzas. De kilómetros. Cada año, una verdadera multitud recorre el mapa de la Argentina con rumbo a Luján, o a Liniers para honrar a San Cayetano (santo patrono del pan y del trabajo), o a San Nicolás a visitar la capilla que se levantó en honor a la virgen que –dicen los testigos- se le apareció allí a una vecina. Sin embargo, además de esas devociones “oficializadas”, existe también toda una galaxia de creencias quizá no tan reconocidas pero igual de poderosas. Esas que conforman lo que alguna vez el investigador Félix Coluccio denominó “el santoral sospechoso”. Un panteón de hombres y mujeres comunes pero alcanzados por alguna forma de lo divino, o bien santos atípicos y- por eso mismo- honrados en secreto. Estos son, apenas, algunas de las devociones más populares de nuestro país, ésas que generan a lo largo de todo el año peregrinaciones, ofrendas y viajes. Rutas de promeseros y una fe que se renueva y no para de crecer.
El santo gaucho

Foto: Tagle_adv / Flickr, en creative commons

Cualquiera que haya pasado alguna vez por Corrientes, más precisamente por la ruta 123 y a ocho kilómetros de la ciudad de Mercedes, habrá tenido oportunidad de asistir al menos a una muestra de la devoción que genera hasta hoy Antonio Mamerto Gil Núñez. ¿De quién hablamos? Pues de un gaucho cruelmente asesinado por un policía hace más de un siglo, y hoy convertido en estampita, en devoción, en santo popular bajo el nombre cariñoso de Gauchito Gil. Ese es un rasgo típico de las devociones silvestres: a quien se honra y celebra, a quien se visita en el lugar de su martirio (como a la Difunta o al Gauchito) y a quien se agasaja con ofrendas particulares (cualquier cosa de color rojo, en el caso de Gil), no se lo siente como alguien lejano sino más bien como una figura familiar a la que se le puede contar secretos y pedir favores. En el caso de este gaucho, perseguido injustamente por el poder de turno (se había negado a sumarse al ejército del general Mitre) y finalmente asesinado por la policía (lo colgaron de un árbol cabeza abajo y ahí mismo lo degollaron, como a un animal) fue su propio matador quien contó su primer milagro: invocando el nombre de Gil, el comisario habría logrado la curación de su propio hijo, enfermo de gravedad. Y hasta hoy, cada 8 de enero, las personas peregrinan de a cientos de miles hasta Corrientes, a llevarle flores, velas, cintas, todo de color rojo encendido. En su capilla hay desde representaciones del santo hasta regalos, banderas, velas (rojas, desde luego), placas de bronce en las que se agradece la gracia concedida y muchísimo más. Y así hasta el año que viene, cuando la cita vuelva a encender la ruta correntina con el color de la sangre.
La mujer que volvió de la muerte

Foto: Wikimedia commons

Joven, bella y triste: así era (cuentan sus devotos, que se cuentan por miles y en todo el país) la joven sanjuaninca Deolinda Correa en 1840. Con la guerra entre unitarios y federales aún dividiendo al país, su esposo fue enrolado a la fuerza en las tropas de Facundo Quiroga y trasladado a La Rioja. Y hacia allá decidió irse Deolinda un día, cuando se hartó del acoso constante de los hombres del lugar donde vivía. Se largó, vestida de rojo, a los llanos. Llevaba en brazos a su bebé de meses y la fuerza le duró setenta kilómetros. Al llegar a lo que hoy es la localidad de Vallecito, se rindió y ahí quedó muerta, sobre un cerro y de cara al sol. La encontraron unos arrieros, que se espantaron al verla porque el bebé seguía tomando leche del pecho de su mamá. Eso fue tomado como un milagro y desde entonces, hace casi doscientos años, el lugar recibe peregrinos y promeseros. Devotos de Deolinda Correa, hoy rebautizada como la Difunta Correa y cuyo culto mueve más de 4.000 peregrinos a caballo cada año. Salen de la capital de San Juan y marchan por tres días a principios de abril (en lo que se conoce como “Cabalgata de la fe”) a rendirle homenaje. También se la recuerda el 1 y el 2 de noviembre, y su templo en Vallecito no podría ser más curioso: le han obsequiado desde motos hasta piernas ortopédicas, vestidos de novia y juguetes. Pero, y sobre todo, litros y más litros de agua, que se llevan en botellas y se cuelgan de los árboles a modo de ofrenda a la que murió de amor, y de sed.
El santo de la calavera

Foto: Wikimedia commons

Dicen. Dicen que es poderoso y “cumplidor”: pedirle algo es sinónimo de conseguirlo, pero pobre del que no cumpla con la promesa que le haya hecho al “San”, como también lo llaman, porque es terriblemente vengativo. El, que puede desviar las balas que vayan hacia sus protegidos y que hasta puede hacer salir a una persona de la cárcel (por algo también se lo conoce como “el santo tumbero”) no tiene ni pizca de piedad para quien no cumplen con lo que le hayan prometido. ¿De quien hablamos? De San La Muerte, claro, también llamado Señor de la Buena Muerte, Señor de la Paciencia, San Calavera, El San y tantos apodos más. Su figura es inconfundible: un esqueleto vestido con un manto largo, negro y con capucha, y a veces también con una guadaña. Los hay tallados en madera y enormes, pero según los entendidos las representaciones más “poderosas” son las más pequeñas. Especialmente las talladas en una bala que haya matado a un hombre, cuando no directamente en un hueso humano. Dicen también los investigadores de este misterioso culto que muchos eligen no exhibir al santo, y lo conservan escondido en secretos altares, para que no sea visto más que por la persona que lo sirve y así no pierda su poder. Al principal templo en su honor (en Empedrado, Corrientes) puede entrar cualquiera y saludarlo. Cada 15 de agosto, de hecho, el lugar se llena de devotos que vienen con presentes, pedidos, nuevas promesas. Tampoco es para menos, porque dicen que el santo, cuando uno no “le cumple”, tiene curiosos modos de tomar revancha. Así que mejor no arriesgarse.
¿Sabías que…
Para la religión oficial ninguno de estos cultos es aceptable? Al Gaucho Gil lo acusan de haber sido ladrón (lo que iría en contra de la vida ejemplar que se le exige a los santos) mientras que a San La Muerte se le niega incluso la chance de ingresar a una iglesia. Por eso, para bendecir los amuletos con su figura (cosa que según sus fieles “activaría” el poder de la estatuilla) sus devotos los llevan a misa escondidos en el puño de la mano, que alzan justo en el momento de la bendición. ¿Qué tal?

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