Arqueología submarina: Al rescate de la corbeta Swift

Arqueología submarina: Al rescate de la corbeta Swift

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Hace exactamente 250 años una corbeta inglesa naufragó frente a las costas de Puerto Deseado. En 1982, un grupo de jóvenes buzos la localizó. Hoy, un museo extraordinario cuenta la historia.

La arqueología submarina se dedica al rescate de materiales sumergidos por el mar. Ciudades, sí, pero también embarcaciones. La arqueología submarina fue la que nos permitió volver a ver al Titanic y es también la que , en la Patagonia, rescató del olvido a la corbeta inglesa HSM Swift, hundida por una tormenta el 13 de marzo de 1770 frente a Puerto Deseado, en Santa Cruz.

Podría haber sido un naufragio más, de los tantos que ocurrían en el siglo XVIII. Pero una serie de circunstancias (¿coincidencias?¿Azar?) se unieron para lograr que el paso del tiempo no terminara en olvido y que hoy, en 2020, aquella embarcación que se fue a pique hace dos siglos y medio se haya convertido en una de las atracciones turísticas del Puerto Deseado, con museo propio y todo.

El oficial Erasmus Gower

Pero, mejor, vayamos por partes. Y empecemos por el principio. Para eso hay que volver al 13 de marzo de 1770 y ver cómo una corbeta inglesa fabricada en el Támesis, con 26 cañones y 91 tripulantes se va a pique en medio de una tormenta que los sorprendió a las seis de la tarde. Tres de esos marinos murieron pero uno de los sobrevivientes (el oficial Erasmus Gower) logró llegar a tierra y hasta volver a su país. Llevó consigo la bitácora de la Swift y se perdió en el río de los días.

En 1975, pasó lo impensado: cae por Santa Cruz un tal Patrick Gower, un australiano que dijo ser descendiente de Erasmus y que, mejor que mejor, traía consigo la célebre bitácora adonde su antepasado había registrado el sitio preciso del hundimiento. Pasó entonces otra cosa improbable: el director de cultura de la ciudad grabó la charla con Patrick y conservó ese registro.

Cinco años después, en 1980, sucede la tercera cosa infrecuente: un profesor de Matemáticas contó en 1980 la historia del naufragio frente a un grupo de alumnos y uno de ellos, llamado Marcelo Rosa, queda impactadísimo con la historia. Tanto que convenció a un grupo de amigos de emprender lo que parecía imposible: localizar -110 años más tarde- a la corbeta perdida. Se armó así la “Comisión de búsqueda y rescate de la Corbeta Swift”. ¿Con qué resultados? Veamos.

El 4 de febrero de 1982, los restos del navío comenzaron a salir a la luz. Y como lo primero que encontraron los chicos fueron dos botellas de vino, brindaron por su hazaña. Aun no lo sabían pero acababan de iniciar la historia de la arqueología subacuática en la Argentina. En 1983, al año siguiente del  primer hallazgo, organizaron un museo que en realidad era un sitio adonde ir depositando todo lo que encontraban.

El museo propiamente dicho, ése creado para contar a los turistas la increíble historia detrás del rescate recién se inauguraría en 1991 y recibiría el nombre de uno de los amigos buzos: Mario Brozoski, lamentablemente fallecido. Hoy ese museo está totalmente renovado y cuenta con salas nuevas, que cuentan de un modo mucho más impactante toda esa gesta sureña en la que un navegante del siglo XVIII, un profesor de matemáticas, un australiano con un libro, un grupo de amigos soñadores y algunas personas más se unieron para que la corbeta Swift volviera a ver el sol.

“A fines de 2019 se inauguró las nuevas instalaciones y exhibición  «200 años bajo el mar. La Corbeta Swift renace en Puerto Deseado», explican desde la Secretaria de Turismo de Puerto Deseado. “En este marco, se ha elegido la carta en la que el teniente Erasmus Gower da a conocer los detalles del hundimiento de la corbeta para que introduzca el recorrido por el Museo. Con gigantografías del texto originar, la caligrafía del marino parece envolver a los visitantes e introducirlos en la historia que comienza a narrarse con algunos tramos destacados, que son traducidos al castellano”

Y agregan que “la segunda sala reconstruye el interior del barco, recuperando detalles que dan cuenta de ese todo orgánico en el que convivía un centenar de tripulantes. Las posesiones recuperadas del capitán, de los marineros, de los artilleros, de los cocineros, aparecen en respectivos baúles, tal como solían guardarse durante los viajes. Además, llama la atención de los visitantes las vajillas, teteras, botellas que se conservan y exponen en impecable estado de conservación y que permiten imaginarles en su uso habitual, dos siglos y medio atrás. Muchos de estos utensilios, de altísima calidad, pertenecían al capitán, quien tenía previsto instalarse en las Islas Malvinas”.

Definitivamente, hay historias que parecen salidas de un cuento de Julio Verne, y esta es una de ellas. Sin embargo, fue real y ahí está el museo esperándonos para volver a contarnos cómo fue que un barco inglés durmió por más de dos siglos bajo el mar argentino, hasta que un grupo de amigos curiosos se decidieron a rescatarlo. Y a servir como inspiración para tantos soñadores más.

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